jueves, 27 de agosto de 2009

Ceñida la espada... calado el sombrero... terciada la capa...

“No era el hombre más honesto ni el más piadoso, pero era un hombre valiente...”.
Así, con esas palabras incluidas en una reseña del libro de un diario que no recuerdo, me llegó el capitán don Diego Alatriste y Tenorio, un bravo de la España del cuarto Felipe, esa España imperial a la vez poderosa y decadente del siglo XVII. Soldado de los feroces tercios de infantería, espadachín a sueldo para menesteres no siempre recomendables, hombre de honor, en un mundo peligroso...
Es curioso como una frase, una palabra, un concepto, nos pegan el sacudón irremediable.
Esta presentación, escrita como inicio de “El capitán Alatriste”, por Arturo Pérez-Reverte, me quedó en la memoria como un desafío. Y en la primera visita a una librería que frecuento, compré el libro.
Y a partir de ahí, como a innumerables lectores a lo largo del mundo, el capitán, sus amigos, su mundo y sus historias, se me metieron en la vida.
Me recuerdo sentado en un bar de la ciudad, esperando a un amigo con el cual intentamos preservar la cultura del café compartido desde nuestros tiempos de universidad, hojeando el libro pausadamente, leyendo con una curiosidad que luego de la última página sería más que satisfecha. Y ocurrió la magia, las mesas de madera de un bar de Santa Fe, una capital de provincia del sur del mundo, fueron mesas de taberna de la Madrid imperial y orgullosa, y con esos personajes fui recuperando el asombro infantil que alimenté con Salgari o con Verne, con Sandokán y los Tigres de Mompracem; con el capitán Nemo, Phileas Fogg y Passepartout. Y además, los años que me fue sumando la vida encimando aquel asombro, se vieron halagados por personajes históricos reconocibles: Francisco de Quevedo, ferocísimo con la espada y la palabra... un pintor andaluz tímido y simpático, Diego de Silva, que nosotros conocemos como el genial Diego Velázquez (el que pintó "Rendición de Breda", que se ve acá al ladito nomás, y que algo tiene que ver con la historia de nuestro capitán)... Íñigo Balboa, el rapaz protegido por el capitán, el chico que todos los que pasamos infancias de libros y aventuras hubiésemos querido ser... y el aventurero que, adulto, bien me hubiera gustado haber
sido, afecto como soy, aún hoy, a sentirme compañero de los héroes, en un mundo donde escasean las dignidades, los honores y la palabra...
Es así, Arturo Pérez-Reverte consiguió crear un personaje de los que hacen historia en la literatura, esos que se vuelven paradigma cuando hablamos de un género, que se vuelven referencia cuando contamos la época, aunque no hayan existido.

Y dos detalles: me ha pasado, con el mismo amigo del café, que estos personajes nos contagiaron alguna frase que solemos usar, anacrónica y absurda en estos tiempos nuestros sin imaginación, pero que nos sirve de contraseña y de conjuro contra su fatalidad y su futilidad. Como un modesto compromiso de lealtad entre amigos, solemos decir, con una sonrisa cómplice que rescatamos desde nuestra infancia de imaginería, que cuando las cosas se complican... pues “no queda sino batirse”. Para entender a qué me refiero, habrá que leer la novela.
La otra cosa que me ocurrió con estas historias, fue que cuando la vida me llevó para España, la Plaza Mayor en Madrid, el Arco de Cuchilleros, y un segundo piso de una hostería a pocos pasos, tuvieron otro sabor. Eché de menos un utópico chapeo y una fiel toledana...
Así que, si alguien quiere recuperar el placer de la aventura, embarcarse gratificado en la fantasía, y elegir por un rato ser los que no somos y quizás estaría bueno ser (aunque sea por un ratito), vayan a una librería o una biblioteca y busquen “El capitán Alatriste”. La saga de seis novelas les resultará poco.

Tres consejitos:
Olviden la película.
Busquen por internet al personaje... se sorprenderán.
No dejen de disfrutar de la literatura de Arturo Pérez-Reverte (Cartagena, España, 1951, periodista y reportero, escritor, ingresó en 2003 a la Real Academia Española), vale la pena, ya verán en otras entradas.

domingo, 23 de agosto de 2009

Palabras iniciales: Lluvia, libros y pequeñas vitalidades

¿Por qué escogí este tema para un blog?.
¿Por qué elegí este libro para iniciar mi blog?.
Los motivos del tema son simples. Toda mi vida he sido un lector. Es más, he sido un lector afortunado que siempre tuvo libros al alcance de la mano. Además, soy de los tiempos en los que mi país creía en el crecimiento a través de la cultura, del ascenso social a través de la educación, y del patrimonio personal e intransferible que significa esa formación cultural y educativa.
Hoy dicen que los libros de papel y tinta pierden terreno frente a los nuevos medios... pero para esas discusiones teóricas hay gente mucho más preparada y lúcida que este caminante. Yo simplemente no les creo a los gurúes del fin del libro de papel. En lo que a mí respecta, sigo disfrutando profundamente la ceremonia de abrir un libro; de su olor, su susurro, el chasquido de las hojas. Y lo extraordinario de navegar su mundo.
Así que convencido, y tal vez Quijote, emprendo esta causa de contarles sobre los libros que me han conmovido o impresionado. Y tal vez también de los que he decidido olvidar.
Esto intenta ser una hoja de ruta personal y arbitraria de mi jornada a través de la lectura, porque creo que es una parte fundamental de este que soy.


En cuanto a la elección de “Una biografía de la lluvia” de Santiago Kovadloff... debo decir que es un tanto arbitraria, como fueron generalmente mis lecturas. Pero puedo rastrear algunas razones que me hicieron decidirme.
La primera es que se trata de un libro que me conmovió profundamente, al punto de pasárselo a algún amigo con el afán de que no se lo perdiera. Es un libro íntimo, profundo y exquisito. Construido con anécdotas y detalles mínimos y personales, contiene una universalidad que cada lector reconocerá como propia, inexorablemente. Y eso lo logra Kovadloff con una prosa impecable, elevada, prolija, delicadamente poética. Tanto es así que navega por los géneros con total soltura, con el dominio del experto, y nos entrega prosa poética mayor como “Mi casa, esta mujer”, capaz, estoy seguro, de reconciliar a cualquier escéptico con la sensación poética -pretexto no menor para elegir el libro-; o ensayos íntimos sobre el oficio de la palabra como “La emoción de traducir” o “El acto de escribir”; o historias narradas con la intensidad de la vida... en fin, es un libro absolutamente disfrutable.
La otra razón de peso fue el último de los textos que lo componen “Las secretas donaciones”, que con una la misma prosa sólida, delicada y personal, me acercó la revelación del movimiento BookCrossing, la sencilla intención de miles de personas de convertir el mundo en una enorme biblioteca de libros liberados y vagabundos... y compartidos.
Mucho menor, y quizás muy pretenciosa, es la intención de este espacio. Contar, como a mis amigos, por qué estaría muy bueno leer algunas cosas. Por qué he disfrutado de tales o cuales palabras. Por qué me dan ganas de compartirlo con vos que estás leyendo...


Así que no te pierdas “Una biografía de la lluvia” de Santiago Kovadloff (Buenos Aires, 1942, miembro de la Academia Argentina de Letras y de la Real Academia Española), editado en 2006 por Grupo Editorial Planeta S.A.I.C/Booket.
Es un lindo lugar para empezar el camino...